"Estaría encantado de ser el abanderado en Río"
A sus 46 años participará en sus séptimos Juegos, cota jamás alcanzada por un deportista español.
A sus 46 años y a las puertas de sus séptimos Juegos, un techo jamás alcanzado por un deportista español, la mirada de Jesús Ángel García Bragado se ha vuelto más épica. Su discurso siempre lo ha sido. "En Río quizá haga una humedad insoportable, aun más que donde me entreno", afirma con una sonrisa un capitán que exige a sus últimos 50 km marcha olímpicos las peores condiciones posibles, aquéllas en las que los mejores se arrodillan y sólo sobreviven los mitos.
La leyenda del hombre de mármol -así le bautizaron los atletas italianos tras ver cómo se coronaba campeón del mundo en Stuttgart en 1993, pese a haberse quedado dormido y sólo poder ingerir una chocolatina en plena prueba- tendrá su último episodio olímpico en Brasil. Ya no hay más moratorias. Tras romper la barrera que suponen las seis citas del exwaterpolista Manel Estiarte, Bragado dirá basta mucho antes de que un cuerpo preparado para una guerra eterna se lo insinúe.
El atleta por excelencia
Un final perfecto haría justicia a la magnífica historia del atleta masculino con mayor número de participaciones olímpicas. El deporte rey de los Juegos no ha conocido a otro hombre como él en ningún rincón del planeta. "Mucha gente me dice que seré el abanderado en Río. Estaría encantado de la vida de serlo", introduce antes de rendirse a un deportista extraordinario, un héroe que lleva la bandera de España a lo más alto cada día: "Entiendo que si se lo ofrecen a Rafa Nadal él tenga preferencia por su palmarés. Sería merecidísimo".
Es una victoria moral saber que no soy podio olímpico porque otros han hecho trampas"
Bragado, con cuatro medallas mundiales y dos europeas en su hoja de servicios, es consciente de que se le ha escapado el cielo olímpico por un palmo. Algunas veces por errores propios, otras por pecados ajenos. Como en Atenas 2004, cuando fue quinto, con dos rusos por delante, "uno de ellos cazado posteriormente". En Pekín 2008 terminó cuarto y "ocurrió tres cuartos de lo mismo". Fueron días difíciles. "En su momento, viví con rabia e impotencia estos casos y los de algún compañero. Te hacen dudar de si hay algo verdadero".
Un "ejercicio de introspección" llevó al guerrero a reconciliarse con su espíritu y lograr algo más trascendente que la efímera gloria terrenal. "A mi carrera le falta un podio olímpico, pero tengo esa victoria moral de saber que he podido estar. Si no lo hice fue porque otros han tenido que recurrir a hacer trampas".
Sus 12 Campeonatos del Mundo, unidos a una película olímpica que comenzó en 1992 en Barcelona, su ciudad de adopción, le valen para augurar que en Río las marcas volverán a ser humanas. La actitud de los garantes de la lucha antidopaje y las inclemencias de la atmósfera brasileña se sumarán a la dureza intrínseca de los 50 km marcha. "Creo que si estás entre 3:40 y 3:45 puedes tener un buen resultado", vaticina quien sueña con "pelear por un diploma"el 19 de agosto si consigue "leer bien la carrera". Su estrategia desde hace años es la de ir de menos a más para "cazar cadáveres". El de Bragado jamás se lo encontrarán sus rivales en el asfalto.
El jefe del desierto
Amante de títulos como Lawrence de Arabia y de cualquier obra con aroma a gesta, Bragado reconoce que le "gustaría competir en el Mundial de Qatar 2019, en el desierto". Allí su silueta sería más temible aún para el ejército de la marcha. Una familia en la que se siente "muy respetado" por su descendencia: "Me llevo especialmente bien con la generación nacida en los 90, con Diego García y compañía. Creo que porque algunos me ven como si fuera su padre". Sus dos hijas también le admiran, aunque los infinitos kilómetros de su cadera a veces las dejen sin palomitas. "La pequeña todavía me recrimina que no la llevase al cine antes del pasado Mundial de Pekín. Se lo había prometido, pero no tuve tiempo. Lo llevo clavado como un puñal", explica emocionado alguien que nunca muestra sus sentimientos en carrera.
En Río de Janeiro llegará el momento en que todas las emociones exploten y que sus rivales vean a la persona que se esconde debajo del mármol. Aquel hombre que tuvo miedo "a quedarse cojo" tras los Juegos de Londres 2012 pudo transformarse en un titán capaz de realizar un ciclo olímpico al alcance de unos pocos elegidos. Bragado está feliz "tras terminar duodécimo el Mundial de Moscú, octavo el Europeo de Zúrich y noveno el último Mundial de Pekín", donde le faltó un puesto y le sobró un minuto para sacarse su billete olímpico. Pese a ello, su Federación le premió con la plaza para Río, como reconocimiento a una trayectoria única.
Gracias a Montse, su pareja y entrenadora, Bragado sigue puliendo su técnica en la carretera. Su carácter se ha ido moldeando con los años. El atleta irreductible, como señalan algunos desde la antesala de los Juegos de Atlanta en 1996, es hoy un gran conversador enamorado de las batallas. Quizá algún día podría contar a sus nietos el episodio de la bandera. "Yo sería capaz de aguantar toda la ceremonia de pie porque compito a los 15 días", bromea el guerrero antes de meter la séptima marcha: "Lo haría como el último gran acto de servicio a la patria".
Artículo recopilado del diario deportivo MARCA. Ver enlace.